Pensó repetidas veces en cómo asesinarlo, había todo un mar de vejámenes aún latentes en su mente.
La hizo sufrir mucho. Solo con existir la hacia sentirse poca cosa, empequeñecida e invisible. No sabía qué responder a sus preguntas capciosas. Sus conocimientos la abrumaban. Ella imaginaba que al no poder responder sus insistentes interrogantes él se reía sarcásticamente mientras disfrutaba internamente, por eso odiaba hasta su foto, porque exhibía esa sonrisa cautivadora que ella nunca pudo resistir. No sabía bien si lo admiraba o lo odiaba.
Un tiro en medio de los ojos era una opción. Sería rápido y lo borraría de su mente de una vez por todas, pero... Le harían pruebas de parafina y descubrirían que lo ejecutó sin asco. Se iba a podrir entre barrotes soportando quizá a una musculosa compañera de celda que la sometería cada noche.
Pensó en empujarlo al borde de un precipicio... Sí, era más viable, no habría testigos y dirían que pudo resbalar. Lo hallarían despedazado y con los sesos desparramados, así no podría pensar más - rió mentalmente - pero había un detalle, nunca se acercaba a los precipicios porque sufría de vértigo.
Y si contrataba a un asesino. Alguien que lo hiciera por ella... ¡No! quería demostrar que tenía temple para hacer sus propios trabajos, que ni después de muerto pudiera pensar que no fue capaz, que era una inepta y una inadaptada, por eso quería hacerlo ella misma, con sus propias manos. Si tan solo tuviera la fuerza necesaria, lo ahorcaría con ellas y dejaría de sufrir con su mirada.
Decidió buscar otra forma de eliminarlo menos complicada justo cuando vio llegar al doctor con el Litio que alejó esos pensamientos y la hizo despertar.
De vez en cuando regresa a la visión de esa foto en el messenger del ordenador que recordaba de cuando vivía en casa, lejos del nosocomio.
Autor: Justo Aldu
Panameño
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