La desventaja de las palabras son los oídos incrédulos.
Oídos inocentes que engrandecen lo no comprobable.
Pero empezamos hablando del problema en el poema,
de un conflicto in-resumible de una vida caótica
que entre las diversas tragedias e incertidumbre
el oído más que ser engañado, es astuto y por tanto
comparte la interacción con la vista, quien a su vez es absorta
y le deja la responsabilidad a la incrédula persona que no supo usar ambos sentidos,
y resbaló ante el desbordante gusto, olfato y tacto,
cómplices del corazón.
El corazón absurdo.
El corazón que no piensa, que no cuestiona
porque aún es niño.
Y no es salvado... es protegido.
Y luego viene la poesía,
donde el olfato invita al suspiro
y la vista se pierde entre objetos y materia,
incluso ve hoy un rostro que ni es palpable,
y degustamos unos besos en el lento espacio,
entre el tacto que me dice que te tengo
y abro las manos y me doy cuenta de la advertencia
del sexto sentido que me pide que despierte
porque el corazón es niño.
Veo el pasado y me doy cuenta que me hicieron gris.
Que la poesía transparente fue masticada entre dientes.
No entendí de palabras y me perdí en varios mapas,
y entre el cartón, la aceptación y la amargura,
renací,
en mi propio color
y olor
amarillo.
Puse los pies sobre la tierra
y tus ojos me invitaron a volar...
y entre dudas,
media vida hecha
y la inquietante idea de no volver atrás
me convenciste de que el amor
se escribía en otro color
y tenía otro aroma,
y caminaba distinto,
y reía distinto,
y temblaba distinto.
Despertó el pulmón, la lengua, la legaña, la cerilla y la mugre de mis uñas.
Quién sabe cuántas cosas tuvimos qué pasar para desintoxicarnos,
y estás aquí:
en un poema donde es difícil resumirte,
en un nombre que no he descifrado,
en los hijos que no tuviste,
en un mapa extraño,
en fragancias de océanos
que olean mi cabeza
y me hacen dar vueltas.
Y el corazón pensó que
podrías ser poema...
pero te prefiero en geografía.
Y recorrer en ti
o contigo
hasta donde tengamos que llegar.