Elizabeth Maldonado Manzanero

odca

Me despierto azorada como esa dolosa madrugada

en que, evaporada la vidriera de tus ojos,

el doctor indicara que no hay más remedio.

 

Tras los adioses últimos y las palabras punzantes,

entre las débiles palpitaciones de un pañuelo

con el desgarramiento de sentir como se va hiendo

el calor entre nuestras manos y el estremecimiento

extensor de tu cuerpo con el grito morado de la distancia

que se extiende entre tu tiempo, y el hoy, dejando todo,

todo en mi interior profundamente vacío,

si se reflejara mi real imagen en el espejo cualquiera,

todos notarían mis estridentes y dolientes huecos.

 


Las horas  impiadosas caen devastadas sobre mi

voy en automática pauta de desmayo y dolencia,

mi respirar se accidenta con el choque de lágrimas

derramadas, siempre en la soledad y el silencio.

 

No hay esa sonrisa de consuelo, esos ojos de paz

o unas tiernas palabras de un buenos días.

 

He hecho los mayores esfuerzos por salir de mi

por ponerme a instantes las gafas de locura o  felicidad

Sin embargo, todo a mi entorno me grita que no estas,

esta multitud de cotidianidad me atropella como vorágine,

vendaval malevolencia incesante, son demasiados rastros

y rostros que exaltan el dolor de la perdida…

Me embriaga la ira, la confusión y el terror de estar sin ti.

 

Alba jovial y luminosa, cuanto ansió volverte a ver…

Me pesa tu cuerpo en mis huesos, todo ese excesivo sufrimiento,

me pesan tus ultimas horas que recorro como mapa de tormentos

se tatuaron en ti las huellas de orfandad, que no me perdono

y cada día rememoro con la gris desembocadura de la aurora,

me carcome este sentimiento pueril, este conocimiento

de finalmente saber que tu dolor nadie pudo reducir.

 

El alma sufre es noche que permanece oscura y triste

sombrío, amargo rocío que haya cuenca y cause

en este doloroso gemido, profundo y angustioso

por lo cuantiosos desastres que  no pude aminorar o impedir,

sufriste y no pude evitártelo, aminorarlo con un beso o un te amo

así como cuando caías de niño, hoy sigo penando, perdon amor mío.

 

Arrebato al viento tu recuerdo, condenándolo eternamente

a la sensación terrible del desierto, cual infelice peregrino

yo seguiré penando y deambulando por la ruta de tus huellas…

de tu destino inconcluso o tu final inaudito...