Sé sincero.
Es el camino más corto
entre dos personas.
Sé sincero, ma non troppo.
Sé sincero por si tu rostro
no fuera del todo transparente.
Sé sincero, pero no hieras.
Quien te escucha no sabe
qué se esconde detrás de tu cáscara.
Sé sincero pero con cuidado.
Piensa en el oído del que te escucha
cual si fuera una prenda de terciopelo;
acaríciala con ternura, deja que tus dedos
cursen los entresijos de la tela
hasta desembocar en el borde.
Cierra los ojos durante el acto,
deja sentir el roce de la pelambre
sobre las huellas que tus yemas
van dejando a su paso. Imagínatelo
así. Que tus palabras sean olas
que van muriendo a tus pies
sin hacer ruido, cuando en alta mar
nacieron con todo el estertor
que puede caber en tu pensamiento.
Piensa que del oído la palabra pasa
al corazón y allí hace morada.
Esa morada —que va a ser de por vida—
será paraíso o cadalso, verano o invierno,
frío tórrido o calor criogenizante,
mas en cualquier caso será albergue
de su descanso y allí yacerá inmóvil.
Ten cuidado, porque la palabra
cual como dardo lanzada
puede herir de muerte, o de vida...
Sé sincero, pero antes inventa
en tu mente una ballesta
que sea capaz de hendirla en su carne
sin que brote sangre, ni congoja.
Escoge, escoja —como Isabel de Borbón
fue dicha por el genial Quevedo—, recoja
lo que sembrare y vigile los dimes
y diretes, que el entramado de huesos
y fibras que nos compone no es de piedra.