Es de noche:
¡Oh paraíso nocturno; jardín fosforescente que elevas los espíritus!
La Luna nueva dibuja un círculo de oro, bajo un manto de estrellas.
¡Oh luciérnagas celestes, miríficos faroles de una infinita ciudad galáctica;
Inconmensurable hogar de mi alma cantarina!
Una embrujadora canción me eleva a las estrellas,
con agudos y dulcísimos tonos de plata
y graves tañidos de bronces bemolados.
Las agudísimas tesituras inspiran
alegrías y soñados bienestares;
en cambio los bronces bemolados,
de registros graves, engendran
un canto gutural desgarrador, de dolor y pesantez.
¿Quieres cantar otra vez, oh alma mía?
Tu canto puede conjugarse
con las tiernas primaveras, pero a la vez
con los funestos temporales de invierno.
¡Oh tiernas veladas de mi alma,
como efímeros momentos de lucidez intermitente,
en medio de continuos estados febriles!
Has estado ebria de Luna y danza de estrellas, y ahora: añoras la perplejidad nocturna, con sus millares de diamantes siderales y sus hechizos de amor,
en los grandiosos plenilunios;
Añoras, también, los viajes galácticos
en carrozas de fuego más allá del infinito;
Añoras ser Dios y dueña del tiempo y la eternidad...
Nada es igual a esta singular contemplación.
Todo es indescriptiblemente bello y elevado, más allá de lo que la mente pueda imaginar...
Todo pasará a través del inextricable devenir del tiempo y el espacio, pero esta extraña y dulce Lírica de ensueño NO pasará; porque está en ti, entre amaneceres y ocasos,
en movimiento perpetuo,
en la añorada y dulce eternidad.