Sufría y lloraba, nadie lo sabía
que tanto admitía llevar su dolor.
Los campos retocan su poca realeza
con mucha tristeza que deja el amor.
Y fue su sonrisa tan falsa y tan yerta
tocando mi puerta, pidiendo elixir.
de aquellos que ofrecen la dicha abolida
y cambian la vida por ese sentir.
Noté que sus ojos tenían el miedo
marcados con bledo, teñidos de mal;
del susto le dije: «¡¿qué es lo que te han hecho
que tiembla tu pecho del todo real?!»
Me dijo: «hace tiempo yo tuve un contrato
y fue un mojigato que me maltrató»,
le dije: «¡sonríe, pero de alegría!»
y desde ese día, la gloria encontró.
Samuel Dixon