Macerando ilusiones,
centrifugando fugaces ideales por vivir,
ráfagas de incomprensión,
‘ciclonean’
en los recónditos de mis pensamientos.
No hay asideros;
no hay respiro.
Raídos colores
sellan un arqueológico bouquet de anémicas flores
en
petrificados sedimentos neuronales,
mientras el aire se desinfla
arrastrando el aroma de nardos marchitos.
Deslumbrante oscuridad
pone puntos sucesivos
a un
nonato ensueño.
Por fin,
(la esperanza puesta en la calma chicha de siesta primaveral),
me entrego
al desgastado placer de deshojar
por enésima vez
esa margarita de universales deseos.