Joseponce1978

Los otros poetas

Siempre sostentré que no es necesario escribir para ser poeta. Miguel Hernández, Rubén Darío o Alfonsina Storni igualmente habrían sido poetas aunque no hubiesen tenido la oportunidad de aprender a leer y escribir, porque rezumaban poesía por todos sus poros y veían el mundo desde una perspectiva poética y el hecho de llevar esa visión al papel no determina la cualidad de poeta. Ellos no se hicieron poetas al leer a Góngora o a Víctor Hugo; ellos nacieron con la poesía impresa en los genes. Bajo mi punto de vista, el poeta nace y no se hace. Uno puede sacar matrícula de honor en gramática en una universidad, pero si no lleva al poeta dentro, difícilmente pueda llegar a expresar lo de \"volverán las oscuras golondrinas\" o aquello de \"caminante no hay camino\". De hecho, no hay constancia de que Cervantes o Shakespeare, por poner 2 ejemplos, pisaran la universidad. Hoy en día, ante la exigencia de diplomas hasta para ser jornalero en el campo, lo tendrían crudo para encontrar una editorial dispuesta a publicarles \"El quijote\" o \"Hamlet\", ya no solo por la escasa formación académica de sus autores, sino también porque habrían sido tildados de escritos machistas. Por suerte para los amantes de la lectura, nacieron en otra época bien distinta.

Luego están los otros poetas, que aunque quizás careciesen de esa visión lírica de la vida, en su modo de actuar o de proceder, también porque lo llevaban en la sangre, destilaban poesía en rama. No tienen que ser necesariamente personajes conocidos; a lo largo de la vida me los he cruzado trabajando en una fábrica o mendigando en la calle, pero hoy me voy a ceñir a algunos casos conocidos por todos, para no extenderme demasiado, centrándome en el mundo del deporte.

Michael Jordan era capaz de encestar un sistema planetario por el ojo de una aguja, y si las canchas de baloncesto no tuviesen techo, en más de una ocasión habrían tenido que salir a buscarlo en helicóptero. Cuando alcanzó el zénit de su carrera, cansado de sobrevolar el parquet y aterrizar en los tableros sin oposición, se retiró para volver 2 años después y seguir jugando como el mismo día de su retirada.

Por su parte, Nadia Comaneci fue llevada por sus padres a un centro de alto rendimiento espartano a la edad de 6 años, cuando su entrenador la vio en el colegio haciendo piruetas y descubrió en ella a un diamante en bruto. Allí lloraría lágrimas de sangre hasta convertirse en la gimnasta sin mácula con tan solo 14 años. Como hasta entonces nadie había conseguido la calificación de 10 en un ejercicio de gimnasia artística, los marcadores electrónicos no estaban preparados para calificar el revoloteo perfecto de la libélula elástica, se decidió mostrar en los luminosos un 1.0; un 1 que en realidad significaba un 10.

En ciclismo, Miguel Indurain tan diferente al resto de ciclistas en cuanto a físico y cadencia de pedaleo, como un herrero que usa el marro para moldear el metal, habría sido capaz de ganarle una contrarreloj al tiempo y llegar primero a la cima del Everest aunque le hubiesen dado una bicicleta de plomo con las ruedas pinchadas.

Se me ocurren muchos deportistas a quienes podría incluir en el grupo de los otros poetas, pero uno de los más grandes, sin duda, fue Maradona, aunque en este caso, tal vez me deje influenciar por mi afición al fútbol, mi deporte faborito. No veo con buenos ojos el circo mercantilista en que se ha convertido este deporte en las últimas décadas, y por mi parte, no contribuyo a ello. Jamás he pagado por ver un partido de fútbol y suelo escucharlo por la radio, pero sí jugaba bastante de pequeño y en la adolescencia, porque era a lo que jugaban todos los niños y no había muchas más alternativas de entretenimiento. Nunca se me ha dado bien jugarlo y como soy patilargo, me situaba en posiciones defensivas para cortar balones. Entonces apareció en mi vida Maradona y aunque tampoco he sido nunca de idolatrar, por él sí que sentí admiración, mezclada con grandes dosis de frustración, por querer hacer mismo que él pese a mis nulas cualidades. Me obsesioné con saber lo que se sentía al marcar un gol y como siempre me encontraba lejos de la portería contraria, empecé a chutar hacia mi propia puerta cuando me llegaba la pelota, pero ni aun así conseguía embocarla, y al segundo intento mis compañeros de equipo pensaron que era un infiltrado del equipo rival y me mandaron al córner. Por Maradona también me hice hincha del barsa y al poco tiempo fichó por el Nápoles y a causa de aquello me encerré por propia decisión en el cuarto de las ratas durante 3 días, hasta que me di cuenta que a los genios hay que disfrutarlos estén donde estén.

Quien pagaba una entra para ver un partido suyo, antes de empezar el partido, solo con verlo romper las leyes esférico-gravitatorias con los cordones de las botas sueltos en el calentamiento, ya había amortizado el dinero de la entrada. También intenté imitar aquellos malabarismos y a la primera de cambio se me quedó la pelota en un tejado de una casa vieja. Enfrente de la casa había un montículo de tierra y subiéndome allí pude ver, día tras día, como la pelota se iba desinflando. La pelota desinflada en el tejado fue mi primer paradigma del fracaso. Desde entonces decidí dejar de intentar imitarle definitivamente.

A lo largo de su carrera no ganó muchos títulos, ni a nivel individual ni colectivo. Consiguió ganar el mundial, su sueño de niño, y con eso le bastó. De todas formas, ¿quién se iba a atrever a decirle que había ganado más copas que él, cuando él era el campeó y el trofeo en el mismo pack?. Lo extraordinario de los otros poetas no es lo que hicieron, sino como lo hacían; la plasticidad de sus movimientos y su capacidad para elevar su disciplina a la categoría de arte. Si alguien me preguntase por mi definición de la felicidad, le contestaría: la felicidad es Maradona con el cuero en el pasto. A él se le veía tan feliz como un jilguero en un trigal, y el amante del fútbol disfrutaba al verle jugar como el campesino escuchando al jilguero. Lo del Inglaterra Argentina de Mexico 86 merece un poema épico aparte.