Te doy, Señor, mi corazón herido
para que hagas con él lo que tú quieras.
Si quieres lávale sus llagas y sus penas
o condénalo al fuego embravecido.
No merezco, Señor, tu gran paciencia
ni el amor gratuito que al mundo entregas.
Pues he ido siempre con el alma ciega
resistiendo a tu llamado con violencia.
Te entregaré este dolor sincero
de mi corazón muerto en el pecado
en cuyo abismo solo desespero.
Dame Jesús, el fuego de la vida
en el que el amor vuelve renovado
para que mi alma vuelva a ti, bendecida.