Cuando su padre estaba ebrio solía mirar a la nada,
con los ojos cristalinos, y la mirada cansada.
Era entonces cuando entre dientes y barriendo la lengua
le decía a su hija lo mucho que la amaba.
Y mientras una lágrima se formaba,
preparándose para resbalar por el poroso rostro de su padre
ella solo lo miraba, y lo escuchaba
mientras su muñeca de trapos abrazaba
Y cuando la última cerveza, ya caliente, de los dedos a su padre resbalaba,
era entonces que ella podía ir a dormir en paz,
con seguridad de que podría escuchar el cantar de las aves una mañana más.