— Siéntate allí un momento y espera— dijo ella con desasosiego al fondo de una habitación dónde baila su sombra en la puerta.
Después de unos 5 o no más de 10 minutos esperando en total silencio, ella asomó una pierna casi al descubierto, luego un brazo, como jugando a la seductora con carcajadas de inocente niña, hasta que con soltura y mesura se colocó a un metro y dió una vuelta sacudiendo un hermoso vestido.
— ¿Qué te parece?
Yo guardé silencio por unos segundos, asimilaba la idea de ser feliz a través de la vista, se trata de algo que nunca he comprendido, la naturaleza de tal efecto que es ajeno a mí, pero vibra sobre los bellos que adornan mi piel, tal vez, es el sentimiento más humano menos recurrente, ese segundo de belleza que guardamos para causar un mayor resplandor.
— ¿Te haz quedado mudo?— continuó preguntando ella, perpleja.
Yo un poco poético respondí:
— Lluvia de lágrimas ácidas derraman las hojas de un limonero, que sacrificando sus frutos verne, adornan tú esbelto cuerpo.
Pensar que la primavera es la única que embellece este podrido planeta por apenas un par meses, es demeritar tú existencia, el blanco te sienta bien, nunca un limón fue tan jugoso y dulce hasta el momento en que colgaron de tus hombros.