Con qué rudeza se llevó
el tiempo, mi infancia.
El tobogán cascado
que albergó un día
mi columna dormida,
en el patio de mi casa.
Con qué rudeza el viento,
arrastró la nube
que fue testigo de mi asombro
y de tu beso.
De la ilesa promesa,
que se pare desde la inocencia
y que muere,
con la rudeza de la adultez.