Si el oído es laberinto del sonido
y la mente ruta sin fin del pensamiento,
hay otro que comparte el movimiento
y que encenderlo es saberse perdido.
Sobre sí llueven augurios y esperanzas
sentidas en frescas rosas del estío,
más también, como en oscuro río
se ahoga en desazón lo que era templanza.
Entre negros y verdes pasadizos
una puerta al amor o la tristeza
se abre o se cierra con presteza.
Al centro está, y su latir rojizo
silencioso enardece nuestros huesos
despertando al alma sus sentimientos.