¡Qué miedo tengo!,
decía de pequeño
al ver el mar.
Luego los miedos
cambiaron a sonrisas
viendo las olas.
Se transformaron
con algas y resacas
en poesía.
Y fui al mar,
sin prisas, muchas veces,
a saludarle.
Hablé con él
contándole mi vida
y hasta mis sueños.
También el mar
me hablaba y contestaba
con el nordeste.
¡Bendita brisa
que embriaga los sentidos
estremeciéndolos!
Hoy, aquel miedo,
le veo tan distante
que hasta sonrío.
Miedos de niños,
siguiendo a los mayores
en sus relatos.
Y es que la infancia
nos deja estos regalos
tan agridulces.
Por eso, el miedo,
aquel que ahora evoco,
va en estos versos.
Rafael Sánchez Ortega ©
14/10/22