Carta al corazón
Rosario, junio del 2.007
Mi querido corazón:
Presente.
Hace tiempo que quería hacerlo.
Desde mi intimidad, escribirte una carta,
corazón, que abordaste mi vida de pasajero
con mi mismo boleto, e igual butaca.
Corazón, lleno de pájaros, amigo mío,
que reniegas de la traición y la mentira,
que guardas en tu interior un mar bravío
y vuelves a mi mente lo que mi mente olvida.
Eres como un parque donde se juegan
los juegos de siempre que juega un niño.
Eres el ático donde se almacena
todos los retratos de los seres queridos.
Eres el testigo fiel de todos mis actos
por mi sufres, ríes, y te arrastras por el lodo.
Dicen que dije cuando yo no he hablado,
y es tu voz la que dice a pesar de todo.
Mientras los vientos en su eterna recorrida
no dejan árbol sin sacudir a su modo,
sin considerar lo profundo de la fiera herida,
si tu me pides: “Perdona”. “Yo perdono”.
Tantas veces las tentaciones me acosaron,
pero tú, corazón, respondiste con firmeza.
Acaso en ti, el beso de Dios se dio más temprano
que en mi umbrática razón, pues la razón es necia.
Cual rey generoso, vigilando sus dominios
levántate me ordenas cada mañana, . . . ¡Camina!
Dejo en tus manos mi incierto destino,
me levanto, ando, y doy gracias a la Vida.
No me culpes de tus tantas heridas, corazón,
de esos tantos dolores que te han invadido,
que si de algo, corazón, culpas tengo yo,
es por el solo hecho de haberte obedecido.
Cuantas veces. Cuántas veces, corazón,
sin quererlo, te he arrastrado en mi silencio.
Tu agitándote, queriendo gritar tu dolor,
yo, muriendo, muriéndome por dentro.
Eres tan fuerte y libre de cadenas.
y sin embargo tan frágil cual una barca
no te mueras, corazón, no te mueras. . .
que si te mueres, corazón, … me matas.
Ángel Alberto Cuesta Martín.