La Luna ardía de impaciencia sobre la tesitura de su espalda, pues allí esperaba esos versos tan deseados de aquellos poetas que atrapa con su mirada, por lo que sentía en ocasiones que tenía un pacto divino con ese suave terreno, como si fuera cosa poca el estar solitaria en tales instancias. Sin embargo no se conformaba con esa sutil suavidad, quería beber más de esa agua que brotaba de las caricias de su ser amado entre sábanas, pues de ella podía coger sus versos con sus rimas, y, en la oscuridad de la noche en solitaria, con esas estrellas, podía escribirlas en el telón oscuro del fondo de ese cielo, con tal de finiquitar así entre letras de un pacto escrito con esa Mujer, para darle el significado a esa rima de lo que será para los amantes un sensual poema de amor.