No pedí lavarte los zapatos
de charol que mezclabas
con aquel espantoso fondo de armario
amarillo festivo y de recurrente fama:
pedí acaso ser tu esclavo, siquiera
con la mirada de un desconocido?
Obtuve en cambio un zigzagueo,
un titubeo de los ojos, de los iris,
que entablaron una pequeña disputa
por cesar de mirarme y acabar
fulminándome con ella: demasiado
minúsculo y pequeño como para
otorgarle una excesiva relevancia.
Sentado en aquel parque, sobre
aquel enjuto banco de madera,
junto al Paseo de la Castellana,
me miraste, pero no obtuviste respuesta
en consonancia. Famoso. ©