Que cada beso sea una muesca que ronde los cuellos.
Y la palabra luminosa sea un vistazo más allá.
Aquí, que redoblan tambores de desesperanza.
Aquí, donde lo tibio se hace carne que tiembla, confeccionada con sentimientos que callaron.
Debemos de buscarnos, encontrar motivos por las esquinas. Gritar, decir, hablar.
Tenemos que abrasarnos hasta que huya la piel muerta, hasta que las rosas nos alcancen la punta de los dedos.
Y si hace falta, volver a empezar.