En la corteza
del roble, centenario,
grabé tu nombre.
Él fue testigo
de encuentros, tantos días
entre tú y yo.
Bajo sus ramas
se unieron las miradas
y los latidos.
Éramos jóvenes,
dejando atrás los miedos
y tradiciones.
Y nos dejamos
llevar por los encantos
de aquel lugar.
Nos embriagamos
de amor y sentimientos
que iban naciendo.
Por eso, al roble,
tatué tu nombre, un día,
y en él quedó.
En él se unieron
la magia y la ternura
de tantos ratos.
Besos y risas,
abrazos y susurros
y algún \"te quiero\".
Hoy, la corteza,
del roble, envejecida,
grita mi amor.
Rafael Sánchez Ortega ©
16/10/22