Me crucé contigo, y giraste la cabeza,
y al instante, afloraste una leve sonrisa,
fue un grato regalo de enorme sutileza
a pesar de que denotaras cierta prisa.
Escribiste en los pliegues de una suave brisa
un libro romántico de muy pocas hojas
con bellas letras de tu mirada precisa
que al leerlas y releerlas me sonrojan.
Conservé el título de aquella portada
\"Aires seductores\", con puro sentimiento,
en un lugar digno para las deseadas.
Seducido prontamente por tu belleza,
en escarcha convertiste mi pensamiento
y mis palabras en un festín de torpeza.
José Antonio Artés