Casi un anciano, no puedo parar.
Aquí se dice, parar es morir.
Tengo la necesidad de estar ocupado.
Me encanta la familia, pero si no tengo preocupaciones profesionales, me siento con Calimero, un muñeco animado de mis tiempos de juventud, que se lamentaba de la injusticia.
Elegí seguir en el camino de sentirme útil a la sociedad.
Las misiones fuera de Europa son un reto para nuestra capacidad de resiliencia, sentir la importancia de capacitar a las personas que pueden ayudar al desarrollo de sus países.
Por eso siento ganas de querer continuar.
Si no es quien tiene la experiencia del sentido común, ¿quién lo hará?