Estoy a horas de revisar a la familia.
En este período de ausencia, mi suegro falleció, mi hija Rita completó su maestría, olvidé la Navidad en familia, ya no sé cómo ponerme una corbata, pero lo peor me gané la adicción a fumar.
De los 25 grados que sentía a diario, voy a 10 grados, con abrigos que ya no me sirven.
Pero el calor de la familia lo compensa. ¡Si se compensa!
Quedan 12 horas para verlas.
Y en estos tres años siempre he dormido bien.
Pero hoy es imposible.
Sentir la mano de mi mujer, la mirada de Carolina, la ansiedad de Rita, que busca su primer trabajo.
De Angola dejo amigos que echaré de menos. Sango, que me lanzó como poeta, Ernesto que probó en Angola hay gente que se esfuerza, André Camilo que demostró que en su cultura hay liderazgo de excelencia, del Obispo de Dundo que me ayudó a tener ocupaciones dignas fuera del trabajo, de mis alumnos de la clase D, la última, de los niños y niñas que no sabían aprender, pero que me miraban Y de Zé Chikapue, que tanto me ayudó a conocer a Dundo, su gente.
Por lo tanto, nada mejor que vivir la realidad, porque incluso sintiendo el sacrificio de estar lejos de la familia, las experiencias son muy diferentes de lo que se escucha en Europa o Estados Unidos.
Y al igual que El Pensador, en la tierra rica de los diamantes, no he visto uno. Ni pequeño. Vuelan como los pájaros a otras paradas.