Te presiento en mi vida,
en la lluvia, en el barro, en cualquier cosa,
en todo lo que no se oye siquiera,
como la sangre que mana de una hemorragia...
Eres la presencia divina,
que me acompaña en mi existencia cotidiana,
unido a mi condición humana,
por la llanura, por la playa o la montaña...
Incluso en mi calle lastimera,
se escucha tu señal salvadora que me reclama,
y me entregas tu llave maestra,
que irradia el fulgor de la puerta de tu gloria...
Oh, Cristo maravilla,
mi amigo el profesor de esta poesía,
cuyo dogma es materia prima,
que a mí corazón refresca como agua limpia...