Igual que musageta, que cuida de su musa,
mi pífano celeste lo toco en su loor;
y nunca yo permito, que alguna lira intrusa
se llegue a su ventana, cantándole su ardor.
Salidas con delirios de antigua cornamusa,
con órficos arpegios, repletos de fervor;
mis rimas vuelan raudas, en forma muy profusa,
sintiéndome oficiante del culto al gran amor.
Melódica sonata del alma se desgrana,
lo mismo que plegaria, que encierra idolatría;
con ese gran preludio de tango gardeliano;
y líricos ensueños, que poesía emana,
con mágicos clarines le llevan la ambrosía
que porta de mis versos su origen parnasiano.
Autor: Aníbal Rodríguez.