Mientras, rasgas la hendidura,
violenta de duro ataque, y penetras
la capa de obsidiana de la realidad.
Un óxido errabundo, se alza inmediatamente,
en insólita polvareda: rastros macizos
de un cuerpo que a la marea se abandona.
Tu cuerpo entre otros. Tu razón perdida.
Tu lamento, cerrado sobre sí mismo.
La lentitud de los bueyes, incrementando
el peso de las huellas, sonoras.
Mas no hay titubeo, sombra de duda,
en tus afirmaciones. Levantas tristezas
desde los eriales hasta las cavernas, y
es obvia, tu mirada desorientada.
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