Si siempre acecha nuestras cabezas
¿Cómo podemos olvidar la muerte?
Pero si no la olvidáramos;
¿cómo podríamos seguir viviendo?
Jugamos al juego de lo eterno,
mintiendo a nuestra propia inteligencia
cubrimos con un velo lo certero
y el tiempo avanza volviéndonos su presa.
Al nacer va prendida a nuestro cuello
la fecha de llegada y la de vuelta
y nada cambiará el itinerario,
por más lana que logre hilar la rueca.
Desde abiertos portales nos contemplan,
y esperan cual en puerto la llegada,
vivimos en inconfesable miedo,
y sorpresa a la hora señalada.
No importa cuán felices, o sufridos,
cuan buenos o malvados navegamos
en el pequeño mar que es nuestra vida,
solos en la marea del naufragio
desnudando la nave, nuestro cuerpo;
de la carga agobiante que arrastramos.
Luz de la luz resplandece el camino,
alma inmortal que libre emprende el vuelo
dejando atrás su traje bajo el suelo
para marchar por siempre al infinito.