David un hombre capaz de amar a cualquier mujer se siente con la única desesperación de no hallar a su amor en la vida. El hombre de unos treinta años de edad quiso ser un hombre insolvente e insípido, pero, tan real como el buscar y no hallar un amor a su edad. David quiso ser un hombre fuerte, orgulloso y valiente, pero, no, no pudo más que en ser un títere de la vida misma, pues, en cada paso de su vida fue descubriendo que sólo era una marioneta de la vida. Y David se mueve con debilidad y sin muchas fuerzas en creencia autónoma en haber sido y en ser un títere y sin más amor que su propio ego latiendo fuertemente. David en su afán en la creencia de que quedará solo en la vida y en la existencia, sólo quiso ser como el hombre valiente en que aunque quedará solo, solo se ha de amarse a sí mismo. Y David quiso ser como el alma llena de luz barriendo el deseo y más que eso en el juego de la vida jugar un juego y poder haberle ganado, pero, no, si sólo siente haber perdido y todo por no tener un amor en su corazón. David todas los amaneceres corre millas cerca de su vecindario donde David vive. Él, corre y corre sin poder imaginar su rumbo ni de su camino, sin una dirección clara y autónoma en hacer creer que su destino estaba mal hecho. Y sin poder vivir quedó David, mirando y observando con fiebre a la luna y quiso ser como el deseo efímero, pero, quedó tan funesto como las lágrimas dentro de su alma y más dentro de su débil corazón. Y esas lágrimas corrieron muy dentro de su cuerpo y de su alma, debatiendo la espera de querer olvidar una insistencia de su pobre corazón en querer amar a una mujer, y no ser correspondido. David quiso ser como el fuego o como la fiebre de luna. Calentar con calor a su alma y en su corazón dejando un triste cometido en dejar la furia enloquecida en querer amarrar a su corazón a una mujer. Y David se entregó en cuerpo y alma al amor en una sola razón y en un solo corazón, pero, sin ninguna mujer dentro de su propio corazón. Y quiso ser el más fuerte de todos, pero, su alma y su corazón fungen como el mismo delirio y tan frío de no hallar al amor de una mujer para amar. Cuando en el alma corrió en ser como la luz efímera y tan irreal como el mismo delirio y tan frío como esa fiebre de luna en que quiso en ser tan fuerte como el mismo fuego que arde entre las venas de David. Y fue al rincón de su hogar, donde más ama David en ser un verdadero hombre de la vida, de la naturaleza y de la esencia persistente del amor propio en el corazón. Y siente ver y amar a la fiebre de luna, cuando en una noche quiso sentir el suave murmullo de la gente gritar… -“no tienes amor…”-, y David sintiendo el coraje de sentir en la fiebre de luna una mala suerte de entrever en el espanto nocturno en que sólo David soporta la ira, el odio, el desamor y la mala fuerza en querer amarrar a la fiebre de luna a su débil corazón. Y sintiendo las fuerzas, extrañando todo, y amando la nada de la vida, cuando no tiene amor como ningún otro hombre en el mundo, sólo quiso en ser como el más conmísero de los hombres. Y esas voces en su alma gritando -“no tienes amor…”-, y esas voces desde su alma quiso en ser como las voces de su conciencia o de sus pensamientos, los cuales, quisieron derribar de su corazón, el mal incurable de un corazón que ama sin compasiones ni insistencias autónomas de desesperaciones frías. Y quiso en ser como la fiebre de luna, cuando en el alma quiso en ser como lo imposible de creer en el verdadero amor que le ocurre a veces a los hombres por amar demasiado a las mujeres. Cuando en el altercado entre la risa y el llanto, quiso ser como la lluvia mojando el suelo y más que eso al mismo cielo, pero, quedó callando el alma y más que eso al corazón ciego de amor. Cuando quiso en ser como el ademán frío o como la lluvia en la piel y tan gélida como el mismo viento, pero, sólo sintió a la fiebre de luna, caer desde el cielo como el azul añil del cielo por donde se va el aroma de rosas que le calman el olfato. Y esas voces no le dicen nada de la vida, sino que… -“no tienes amor…”-, y David frío y tan álgido como la misma lluvia fría que cae en la piel o en el mismo cuerpo, y sin tiempo alguno. Porque cuando en el alma de David se ve y se siente aferrado al delirio frío de sentir a la fiebre de luna en sus ojos, si sólo quiso sentir el suave murmullo de esa voces en que sólo le gritan una vez más que…-“no tienes amor…”-, y David se aferra al deseo y más a la vida misma de creer en el pasaje de ida cuando en su afán se divierte el alma y más sus ojos en ver a la fiebre de luna arder en el mismo cielo por amor, por pasión y por candente subrepticias caricas. Y fingiendo que ama a una mujer quiso ser ése ser correspondido, pero, no, no quiso ser como el delirio frío o como el tiempo nefasto en que el sol quiso ser como la fiebre de luna en plena noche fría y tan gélida como el mismo tormento. Y el sol ardiente, pasional y tan candente como el mismo amor en el corazón, pero, no, no quiso ser como el mismo delirio frío y tan álgido como su nombre David. Si fue como el tiempo pasando desapercibido y tan prohibido como ningún otro hombre. Cuando en el desafío y el delirio frío de sentir las fuerzas inauditas de un sólo deseo en querer amar a una mujer como todo un hombre enamorado. Cuando ocurre el deseo efímero, pero, tan real como cualquier ser humano en ser capaz de amar a una mujer, pero, no, no se siente capaz, insolente e insípido como para amar a una mujer a su edad. Y quiso ser fuerte, pero, la debilidad de su cuerpo y más de su propio corazón se fortaleció en su alma una sola luz que emana de sus propios ojos cuando mira a la fiebre de luna. Y quiso ser fuerte, pero, su corazón se debilita más y más, cuando por fin se ahoga sus penas en un vaso de agua, condenando al tiempo, a su desesperación, y a su desconsuelo, a su impasible corazón en volver a amar a una mujer del calibre de su primer amor. Cuando por suerte, quiso ser como el tiempo y como el delirio oscuro de una nube gris en el mismo cielo en que se debate una sola sorpresa en querer volver a amar. Si cuando en el alma de querer amar el deseo y más a la fiebre de luna, quiso atraer en el delirio de su frío corazón, las fuerzas inherentes, pero, tantas fortalezas inocuas, devastando una furia en su alma, en su corazón y en su camino lleno de rosas con espinas doliendo más a su alma que a su corazón y a su piel. Cuando en su afán, David, de creer en el alma a ciegas en el coraje de sentir a la fiebre de luna en el mismo cielo donde se cuece el alma dentro de la euforia marcando una trascendencia o una forma de amar nuevamente quiso en ser como la vida misma dejando una herida adherida y tan profunda como el mismo amor flechado en el mismo corazón.
Y, David, llorando no por ser un perdedor, sino por ser un ganador de la vida, aunque un amor no tiene, y sintiendo el murmullo de grito a voces de esas voces muertas que le gritan que… -“no tienes amor…”-, cuando en el alma de un sólo por qué se desnudó el sentimiento y la conmisera insistencia de creer en el paisaje de la fiebre de luna en el cielo por donde se cuece el viento y más la pasión ardiente de una vida cuando David quiere y dese amar a una mujer en verdad. Y con la certeza de la vida, y de un instante en que se pierde la vida sólo amando y queriendo amarrar la verdad de la vida, sólo quiso en ser como la misma voluntad, queriendo aferrarse a la persistencia en volver a amar como siempre quiso, como siempre amó y como siempre decidió amar en verdad. Y, David, siempre quiso ser como la fiebre de luna, dando candela, pasión, virtud, insistencias, y frivolidad siendo tan friolero en el amor como insípido e impasible con su corazón. Y, David, sólo perteneció al desafío y al delirio frío de entregar su corazón y su alma, a caer en el más nefasto de los instantes cuando en el afán de envenenar a su alma, quiso por delante de su propio corazón disparando flechas de amor en el momento en que más quería amar, pero, ninguna flecha quiso ser correspondida a su amor. Y, David, miró por última vez a la fiebre de luna cuando su alma grita y por última vez que… -“no tienes amor…”-, y quiso en ser como el fuego latente o como la hoguera encendida o como la llama que sale de la fogata, sólo quiso en ser como la misma fuerza en espíritu. Y fue un juguete de la noche fría, del álgido porvenir y del gélido futuro, cuando en su afán en volver a enamorarse sólo quiso en ser fuerte, pero, su voluntad decae en debilidades y tan frías como la misma lluvia sin sol, y sin la fiebre de luna. Cuando en el alma de David sólo se presiente como la misma vida y sin amor, cuando fue como el dolor en el alma, o como la misma mala salvación de una pasión sin destino ni camino, ni sorpresas de la vida misma. Y, David, aflora el deseo y a las venas embriagar de tormento, y de un sólo lamento, cuando su alma quiere amar, otra vez. Y David, se entristece de llanto y de pena soltando una lágrima, un deseo y una sola desesperación en amar como nunca. Y quedó petrificado observando a la fiebre de luna, cuando una flecha cruzó entre la luna y sus reflejos, pero, sólo fue eso un mal reflejo. Y tocó a su puerta el amor, y la pasión, y la exasperación funesta, pero, tan delirante de creer en el amor a toda costa, y a todo rencor de un sólo odio devastador cuando en el dolor quiso ser feliz y amar, nuevamente. Y cayó en el deseo, y más en la pasión inherente y era su vecina, que venía por una pregunta. Y, David, como la vid, o como el reflejo de un sólo amor o una flecha en que David, sólo quiere amarrar el alma al alma de una noble alma buscando disipar esa voces o ese murmullo que le grita una vez más y otra más que… -“no tienes amor…”-, y ese instante en que el deseo se convierte en un sólo percance en querer amar nuevamente. Y, por última vez, miró a la fiebre de luna, en el mismo cielo en que aquella flecha cruzó en el cielo y que tocó a su puerta una mujer que le pregunta una interrogante que quizás David no tiene la menor idea de cómo contestar. Y retrocedió el tiempo, y más aquél instante en que le toca la puerta derribando el deseo y la desesperación en hallar el amor de una mujer. Y volvió y miró a la fiebre de luna, dejando abrir su corazón de par en par, y a su alma llena de luz descendente, y calmando una furia de mal tapiz. Cuando, David, quiso abrir a la estrella de luz, a la más inmensa y a la más grande de las estrellas y constelaciones, sí, a la luna y fue la fiebre de luna, que quiso abrigar a su alma y a su penitente corazón llena de magia, de calor y de candente deseo. Cuando en la euforia, y con la historia de la vida, de la fiebre de luna, quiso David derribar el deseo y la desesperación, pero, fue infructuoso el momento en que se llenó de la fiebre de luna, y no quiso saber de nada más en su corta vida.
Continuará………………………………………………………………………………………….