El cuadro era bellísimo, tan alegre y radiante.
Ceñía mucha paz, como ningún otro día antes.
Su vergel presumía, las finas llaves del paraíso.
Producía, mangos, moras y tomates para guiso.
Una pareja recién casada. Protagonizan la escena.
La mujer, consagrada, plancha prendas por docena.
Al exigente hombre, le quedó, una diminuta arruga.
Reclamó prepotente, entonces; ¿Para qué madruga?
De las raíces de su alma, nació un vendaval.
Era furia inesperada, a un estilo, medieval.
Esa arruga en su camisa desató la tormenta.
Lastimando a su esposa, es lo que comentan.
Aquel hombre al trabajo se tenía que reportar.
Cuando pasaron las horas, empezó a despertar.
Volvió con afán a su casa, dejando de laborar.
Sintiendo pena y tormento, se le bajo la moral.
La mujer muy desolada, pidió a Dios el paraíso.
Dios paró su corazón, Le confirió, lo que quiso.
Llegó el esposo a casa, notando que algo pasaba.
Frenar el alboroto con ofensas, fue lo que cavilaba.
Pero al observar que su esposa, yacía recién muerta.
Entendió, que ya no habría, ni disculpas, ni respuestas…
Cuando salgas de tu casa, vete en paz, con los tuyos.
Porque al entrar en ella, puede dormitar alguno.
Esa es la verdad…