En la noche, cuando no puedo dormir,
culpo a la almohada creyendo que perdió su forma
o me digo que los gatos de allá afuera maúllan muy alto.
Me he quitado un calcetín porque pienso que es el calor el que no me deja dormir,
aunque el frío mantiene mi cuerpo tenso.
Después, trato de convencerme que es el frío el que irrumpe mi sueño.
Luego, comienzo a llorar.
Me digo que el llanto es por frustración,
no por tristeza.
Frustración al no poder dormir,
porque la almohada perdió su forma y me lastima
porque los gatos no dejan de palotear allá afuera
porque quitarme un calcetín no me quita el calor
porque mi cuerpo se siente tenso de tanto frío
Y duele.
Por eso lloro, por eso no duermo.
Es importante dejármelo en claro,
porque el motivo no es
el hecho de odiarte,
el detestarte,
por tanto amor que pudre mis entrañas,
el responsable de que mi almohada haya perdido su suavidad,
o que haya alterado el sentido auditivo
o la irregularidad de mi temperatura.
No, señora…
Estos son achaques míos.
Sólo míos.
Es lo único que me queda
porque lo demás fue tuyo.
Pero, repito:
Este llanto no es por tristeza.
Es por frustración.