-Pobre palmera...que el pájaro mensajero recaló en sitio inadecuado.
Me acuerdo de una lectura personal siendo adolescente -¡cuánto tiempo ha!- del belga Maurice Maeterlinck. El escritor poeta, inicialmente me había deslumbrado con “La Vida de las Abejas”y luego, aún más, con “La Inteligencia de las Flores”.
Cuenta que el gran drama de los seres vivos de la botánica es tener, por amor, que desprenderse de sus hijos.Y el amor vegetal es tan complejo como el humano. Pero agrega un plus diferencial y muy especial. Los humanos padres, a veces, nos quedamos relativamente cerca de nuestros hijos. Los árboles y las plantas no. No se pueden almacigar. Si lo hacen mueren ellas y sus progenies. Arraigadas, enraizadas, inmóviles a un lugar que no da para la subsistencia comunitaria, se tienen que desprender unos de otros. Alejarse, ajenizarse, aunque sin dolores de coraje porque el determinismo orgánico privó al universo floral de conciencia, dicen.
Así produjeron mil formas de cortar el cordón umbilical. Los cardos lanzan al vuelo la minúscula semilla bebé y rodante que llamamos en Mercedes “panaderos” cuestión que vuelen lejos, llevados por el viento, aterrizando luego a la vida propia. En otro casos son los pájaros los que comen las frutas con el cerno incluido que descargarán en raídes aeronáuticos de altura hacia otro sitio. Las abejas, no sólo las aves, también los colibrís, se asocian a la instintiva y análoga tarea de cigüeñas obstetras, polinizando los coitos en el maridaje entre alas y corolas.
El prójimo que se debe ir –en definitiva porque la tierra natal no provee y, ahora, no entro a describir diagnosis y razones-tiene que volar con el lagrimón que se oculta en cada desprendimiento.
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Estrambote: ¿Quién morirá primero? ¿La palmera o el fresno por la mala maniobra de un pájaro mensajero ?