Y David regresó al sillón donde observa a la fiebre de luna, y vio a la luna fría, y tan álgida como todas las noches, pero, en su interior candente, apasionada, y con un buen semblante. Y David quiso amar y se amó a sí mismo, como quien ama a una rosa clandestina y sin espinas, y quiso entregar el alma, el corazón y más que eso el amor en el mismo corazón que aún se halla solo y en la sola soledad derribó la libertad y estupor y más que eso el pudor, pero, escuchó a las voces que le gritan que… -“no tienes amor…”. Y quiso David jugar un juego y también escuchó que alguien toca a la puerta, pues, casi se aferra al deseo y al delirio frío de esa luna gélida en el mismo cielo por donde se pasea la misma soledad y más que eso el silencioso frío. Y no se disipan las voces que le gritan y cada vez más arraigadas las tiene dentro de sí, y que le gritan que… -“no tienes amor…”-. David más con coraje y con odio, que no se muere, que no son mortaja, ni con un solo montaje y que no son letales ni mortales esas voces que son como daga en el pecho, como una silueta marcando como flecha en el mismo corazón, sí, como las mismas flechas que David lanzó en el mismo cielo, cuando quiso enamorar a una mujer y aún no lo puede conseguir. Cuando en el suburbio de su pobre corazón quiso y se aferró como la ola del mar a las rocas, como la llama en la fogata, o como el sol al día, pero, no supo algo que la lluvia a veces opaca al sol para luego salir nuevamente. Y David quiso amar a una mujer, tan viril, varonil y con una fuerza en el alma, pero, no, no quiso más que enredar su capricho en amar a una mujer y que tuviera las cualidades que a él le gustaran. Cuando, de repente, alguien toca a su puerta, y David inquieto, pero, en paz, observando a la fiebre de luna, desde su sillón en su hogar por la ventana y quiso ser como el embate de dar una conmísera existencia hacia la vida que posee desde hace dos lustros y desde que vio por última vez a la fiebre de luna en el cielo esa noche antes de que una mujer tocara a su puerta. Y, David, siendo el friolero de su existencia, de su rumbo y de su única vida como la verdad en que no posee amor y le gritan las voces que… -“no tienes amor…”-, y más le da coraje, pero, no rencor en contra de esas voces, si esas voces le expresan la verdad, pero, la realidad, sólo era una mala e inconsecuente indebida dirección. Sólo él quiere amar y a una mujer de su calibre, de su ímpetu, y que sea mujer con regla, con dirección, decidida y con un corazón gigante como el de David que tenía mucho amor para ofrecer. Cuando, de pronto, le tocan a su puerta, no era el cartero, no era la ama de llaves, no era su madre, era una mujer. Cuando David abre la puerta retrocede el tiempo y más el rumbo a seguir, y volvió a ver en sus ojos la fiebre de luna, el candente calor, y el apasionado amor que le lía tener y amar con todo su corazón. Cuando se sienta en el sillón por vez primera de esa noche álgida, y lanza flechas de cupido esperando que una mujer sea flechada, pero, no, no era templada la noche sino muy fría y muy gélida como poder dar de sí mismo y al cielo una decadencia y un descendente calor entre sus brazos, como el albergar el coraje dentro de su propio amor y de su corazón. Y, David, en un pequeño instante decide escribir otro poema para ésa mujer que guarda en el tiempo y más en el corazón una furia, dentro del paisaje de esa fiebre de luna de esa última noche en espera por el amor que le toca a su puerta, y dice así…
Mujer que quiero amar,
cuando el silencio me hace callar,
enmudeces mis oídos,
cuando tus labios me queman el alma,
con o sin amor te amaré en desarma,
porque en realidad te amo,
y como un desnudo en el corazón, yo,
te amo más y más,
y con esta fiebre de luna,
que es la fortuna como ninguna,
cuando te doy la luna,
como a ninguna mujer,
cuando por tí quiero arder y perecer…,
en el fuego de luna…
Y, David, se aferró al deseo de envenenar hasta el alma, cuando en su afán de creer en el cometa de luz, se vio frío y en plena oscuridad, como la noche que atraviesa en derredor y de trasnoche como un solo sonámbulo, esperando con insomnio a la mujer que realmente desea amar. Y quiso entregar el cuerpo y alma y vida y más que eso el corazón, pero, quedó como irrumpiendo cuando ésa mujer le tocó a la puerta. Cuando en la insistencia autónoma de creer en el corazón de David quiso amar como nadie, cuando en el alma quiso dar su insistente corazón sangrando de dolor por un viejo y un nuevo amor que espera. Y, David, con el frío de esa noche se sintió como el desaire autónomo de creer en la conmísera existencia de dar con el amor derribando el dolor en un sólo incumplimiento del amor. Cuando en el alma y en la sola soledad, se encierra el deseo efímero en querer volver a amar, y en cada suspiro un respiro del recuerdo de su primer amor que le dejó una huella trascendental, la cual, sigue y persigue desde que amó por primera vez. Cuando, en el alma de David, quiso ser ése hombre, el cual, petrificó a su corazón en querer entregar flechas para amar con un corazón enamorado. Y quiso ser ése hombre capaz de amar, pero, quedó como un títere o una marioneta de la vida misma. Cuando, en el alma, quiso ser como el dolor, y como el desamor o como el odio, pero, quedó como los nervios sintiendo al alma sin la luz que emana del alma. Y, David, en ese sillón buscando a la vida y más al corazón poder amar, y quiso ser como la única verdad en que el corazón se sintió como el desafío o como la lluvia. Y el esquema de soledad de David, se tornó desesperadamente inocuo, pero, muy dañino en el alma. Y más que eso en la noche fría se sintió desolado, insípido, e impasible, cuando en su afán de creer en la maldita soledad se vio aterrado, horrorizado, y con un espanto nocturno en que casi despierta de una pesadilla. Y David, aferrándose a un único deseo en amar a una sola mujer en su camino, en la dirección correcta y en el rumbo más adecuado para formalizar una familia. Y, David, insistentemente se vio aterrado, frío, desolado, muerto de miedos y de un sólo sufrimiento cuando en el afán de creer en el alma a ciegas de luz y de un tormento lleno de lluvias decadentes y acérrimas y tan ubérrimas que inyectan dolor y más que eso que dan amargura y penas en condenas extremas. Y, David, aterrado a la noche fría y sin amor alguno, se aferró al desconsuelo y al tiempo en decadencias frías, cuando el amor en el corazón no pinta como él quería y anhela. Y se sintió incapaz de solventar una vida llena de pavores, miedos, al acecho de un sólo temor en el corazón. Y vio por última vez a la fiebre de luna, cuando en su afán de querer amarrar el viento frío y gélido a su piel y a su cuerpo y al tiempo, quiso soltar ese aire en desaire y más quiso amar a la fiebre de luna, como el candente deseo y más como la pasión llena de virtudes buenas. Y, David, vio a la fiebre de luna, cuando en su delirio y desafío quiso obtener el calor que de ella emana, pero, no fue hasta que alguien le tocó su puerta y quiso en ser como el paisaje que David tenía de frente en esa ventana al filo del sillón sentado frente al cielo añil con la fiebre de luna. Porque cuando se vio álgido, e impasible como el derroche de la fría noche, y tan álgida como el viento gris de esa noche en que la bruma del cielo cae en derroche y en una insistente penetración en la piel. Y quiso David, ser como el dolor o como el frío, pero, no, la fiebre de luna lo cubre con su manto de luz nácar, y de una luz en que se ve todo en claridad, pero, no, era todo lo contrario y no en viceversa. Y cuando la gran persistencia de David aferrándose a esa fiebre de luna, tan candente, ardiente y pasional que le infunde fuego por doquier y se vio aterrado y más que eso se vio penitente como un ostracismo en que pierde la fortuna de vivir en ese hogar con la sola soledad que le llama a su corazón en ser y entregarse a la sola soledad y sin el amor de una mujer que David quiere, aunque, todavía no halla a ésa mujer. Y quiso en ser como el suburbio del pobre corazón, amando y escribiendo poemas para el amor de ésa mujer, aunque todavía no la tiene a su lado para poder leer esos poemas de su musa e inspiración en que la soledad le llama a escribirle a ésa mujer que David ama con vehemencia. Cuando en el alma de David insiste en amar a una mujer, por el cual, ella toca su puerta, pero, no, todavía no la conoce ni la reconoce ni la ama verdaderamente. Cuando en su delirio se siente como el desafío frío de entrever la razón y si sólo piensa en obtener y tener a ese amor de mujer atrevida, pero, con una sola virtud y una sola cualidad: ser inteligente. Cuando en el delirio y el afán de creer en el alma se petrificó en su alma esperando por el solo amor de una sola mujer en su alma. Si el alma se dedicó a ser como el alma sin la luz que del amor emana. Y fingiendo con la coraza del corazón proteger al corazón de un mal amor, David, formó una encrucijada entre el temor, la vida, y el miedo y la desazón de no tener un amor de mujer a su lado y más en el corazón. Y David escribió el último poema de esa última vez en que vio a la fiebre de luna, y fue así…
¿Qué tormento?
¿qué lluvia sin sol?,
¿qué lamento sin fundamento?,
espero del amor,
una mujer que despierte en el amanecer,
junto a mi alma,
pero, sólo hallo lo que crece en el suelo,
un odio y no un amor en el cielo,
con fiebre de luna,
como la gran fortuna,
que me da el amor por una mujer…
Y así fue, el último poema de esa noche de fiebre de luna en que David se encierra con el corazón amando a una mujer que busca con dolor y con pasión para poder amar y ser amado. Cuando en el delirio efímero, pero, perenne en el tiempo de la amarga e insospechada soledad, se vio fríamente desolado y abatido y herido como el mismo tormento de un sólo lamento en que se dedicó en ser como el fuego apagado y no encendido como la llama que llama en ser fiebre de luna. Cuando en el embate de dar en la forma de abrir el corazón de par en par, se vio mortífero como en ser la marioneta de la vida. ¡Y la puerta, ay, de la puerta!, fue en busca de un amor y logró hallar lo que jamás imaginó. Cuando en el delirio nefasto de creer en el alma muerta de amores inconclusos de temores fríos y de pasiones no vivas, se vio David, aferrado y aterrado al desastre de convertir a su corazón en pedazos por no hallar a la mujer de su vida y de su corazón. Cuando, de repente, se vio David frío e indeleble e insistente como penitente cuando por fin sintió a la puerta tocar una sola mujer, un solo amor, y una sola fiebre de luna. Cuando esa noche fue la última vez en que David vio a la fiebre de luna candente, apasionada, y terriblemente con calor y del color rojo como la sangre hirviendo de ardiente pasión. Cuando por fin, logró llegar a la puerta, y quién toca a la puerta, si ya pasaron más de dos lustros desde que en esa noche se escribió como nunca y se vio por última vez a la fiebre de luna en el mismo cielo que hoy toca a su corazón con amor. Si en su afán de creer en el alma y en el amor, sólo se vio aterrado, frío y desolado, y tristemente abatido y tan lleno de esa soledad que hoy lo mata de amor, cuando ayer lo ahogó de desesperación. Y, David, sólo David, fue a esa puerta cuando la mujer la tocó con amor y compasión, cuando en su delirio y su afán de creer en la insistencia se vio aterrado, pero, muy confiando en volver a amar y a enamorarse. Y, David, dejó a un lado papel y lápiz, deseo, musa e inspiración cuando en su afán de creer en el corazón se vio felizmente de que ésa mujer llegara a su vida y más a su puerta como regalo de la vida y del cielo mismo. Si en la insistencia de dar con el amor se entregó en cuerpo y alma, vida y corazón, cuando en su mundo se dedicó a ser como el amor en cada rumbo, y en cada dirección en que la vida se intensifica más y más. Si, David, creyó en que el delirio frío se identificó como la sola verdad en que sólo se sabe que el deseo es fuerte en querer amar con el corazón a una sola mujer que le toca a su puerta. Y, se levantó del sillón David, y fue hasta la puerta y abrió la puerta y conoció lo que es una mujer en realidad y fue su primer amor y la que nunca podrá olvidar. Y la fiebre de luna llegó como aquella primera vez en que David amó verdaderamente a ésa mujer que aún recuerda y que no la olvida jamás. Y la fiebre de luna quedó candente, ardiente y más que eso apasionada en el mismo cielo en que vio por última vez a la fiebre de luna en el cielo brillar con la luz del nácar, pero, en rojo ardiente como la sangre en las venas de pasión ardiente por el amor de ésa mujer. Y las voces callaron lo que calla un corazón: el amor.
FIN