Alas de marioneta

Boca a boca

Escalé a los pies de tu cama,

volé entre mis sueños y tus caricias,

salté al vacío y aunque no lo esperaba,

tu boca a boca de aquella noche me salvó la vida.

 

Nací al despertar, pero tu cuerpo ya no estaba,

te salí a buscar y me encontraste junto a la cocina,

pan con ajo, café negro, un primer beso en la mañana,

los ojos cerrados por no sé cuánto tiempo y un par de tostadas frias.

 

Después llegaron los almuerzos, los inviernos, las canas,

las ganas de quererte tanto que nunca hubiera despedida.

Los atardeceres, las palomas del parque, las madrugadas

amaneciendo cada vez más temprano para secuestrarle otro rato a la vida.

 

Llegaron las nubes, viéndonos por la ventana,

los relojes de pared que se estaban quedando sin pilas,

las puestas de sol, el ocaso, navidad, semana santa,

otro aniversario y otra vez, regalándonos sonrisas.

 

Pero llegó septiembre y como nunca, el calendario se acababa.

Tú, con una herida por dentro de las que no curan los días,

yo, con un último boca a boca que no sirvió de nada

cambiando el contigo por un sin tí, agarrado sin parar a tus manos frías.

 

Dos brazos fuertes me separaron de tu piel, la mía estaba mojada

de tanto llorarle al cielo suplicándole un billete de ida

allí donde los corazones corren juntos y nunca se paran,

allí donde querernos tanto sea siempre querernos todavía.

 

Salí del hospital, estaba lloviendo, como no. Volví a casa,

me senté junto a la puerta, las llaves en la mano, la mirada perdida,

sentí que no podía respirar, que el latido se me paraba,

que las manos me temblaban, que las piernas se rendían.

 

Sin luchar, intenté levantar mi cuerpo vacío de ganas,

sin respirar, intenté llenar de nada unos pulmones que me dolían,

sin pensar, intenté llegar al timbre sin recordar que ya no estabas,

pero me abriste las puertas de tu cielo y con un boca a boca, me dejaste entrar a escondidas.​