Me dieron a elegir un día en Marbella
con liras de color, muy tiernos encantos;
la orla de una rosa y emblemas magantos,
la risa y la flauta de toda doncella.
Pues, también habían dardos y mastrantos
con un solo dolor de memorable huella,
y vi que entre todos me observó una estrella:
«la niña del cielo... sus grandes amiantos».
Y viendo la apuesta del roble y el bledo,
yo, secretamente me distraje todo,
que dejé a un lado lo patán del lodo.
Así, yo bien dije: «¡la verdad no puedo!,
pero viendo musas, con ella me quedo,
para descifrarle su divino modo».
Dux Den