Sí, mirad mi rostro:
carcomido, irascible,
veloz, celere, inestable.
Su existir sereno, apacible,
en boca de todos, deshecho,
esparcido, de tierra en tierra,
de hito en hito: pinar viejo,
arcaico, antiguo. Sin apenas,
saberse escribir, todavía, una
lira, rota, antigualla entre otras,
tirada por las rocas, amanecida,
entre vestíbulos desordenados-
la paciencia de lo portentoso,
como es habitual-. Pero, volvamos
a él, que ya no mira. Rompe
su belleza, de clásica, nada,
la música melódica, el himno
de la tele,
entre hippie y calculado. La vitrina
forzada a perder pie, a desfondarse.
A orientarse entre estímulos repletos.
Vocación tardía, sardina de monstruo.
Y vuelve, fumando, el amor de mi vida-.
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