La puesta de sol se dibuja sobre la mirada de Esperanza, que poseída por ese recuerdo que endulza su atormentada alma, se dispone a componer la canción de un nuevo día. Esperanza trabaja en una oficina, pero ama tocar el piano. En sus ratos libres vuela al son de la melodía de esas teclas que con pasión acaricia para olvidar que no todas las puestas de sol son compartidas, que el anochecer es más oscuro si es observado por tan solo uno, y que la canción de su vida es puro silencio sin la melodía del corazón que tanto añora.