No lleves tú corazón guardado en una maleta,
era la voz que repicaba en mis oídos,
cuando tomaste mi mano por primera vez.
Miraba tu cabellera como un ala,
abierta sobre una ola azul,
extendida como la tarde,
posándose sobre las inocencias,
de jardines y praderas.
Yo tomaba tú mano con ingenuidad,
descubriendo en la palma,
ríos y mares entrelazados por la noche,
que acarician el vientre de seda,
como si fuera la matriz de la madre tierra,
desbordando sus aguas,
hasta alcanzar mi alma.
No llevo el corazón en una maleta,
te dije reflejándome en tus ojos,
como el agua escapando entre los dedos,
para verter la entrega en tú piel de arena y seda,
donde surgen los viajes de mis dedos,
dilatando la longevidad de mi respiración,
cuando tú beso de tierna maga,
convierte la agonía en un poema,
Tomé tú mano, y cerraste la puerta del sufrimiento,
con una mirada de azul y nube,
que desbordaba estrellas como soles,
a la orilla de la noche,
cuando la palma de mujer,
transmuto a útero y miel,
tejiendo mares con los hilos del anhelo.