Si llego a saber que la primavera
me iba a estar esperando
apostada en trincheras otoñales
para pasarme la factura
de las ilusiones incipientes,
me habría dedicado a jugar
a dejar pasar los sueños.
De haber sabido que el oasis
primerizo me perseguiría
noche y día por los desiertos
al ayer abiertos, le habría dicho
a mi padre que plantase cactus
en lugar de plantar palmeras
en el jardín donde aprendí
a levantarme sin mediar caída.
Si llego a saber que aquellas brisas
se llevaban mis primeras risas
para devolvérmelas al cabo
de tantos vendavales convertidas
en lóbregas carcajadas,
me habría buscado un muro gris
para ponerme a la esponta
de los vientos del destino.
De haber sabido que a los vuelos
más inocentes, una vida más tarde
les iban a salir garras y dientes...
me habría negado a ser feliz.