Quizás Dios abrumado en su recóndito trono,
en lo profundo del recóndito espacio
escudriñó en la biblioteca del tiempo y encontró la antología poética de Amado Nervo.
En ella recitó uno de los tantos poemas que escribió a su difunta esposa
«su trenza»
«Deja que, muriendo, pueda
acariciar esa seda
en que vive aún su olor:
¡Es todo lo que me queda
de aquel infinito amor!»
Inmerso en su letargo, desmoronado ante el dolor de su hijo huérfano,
hizo sentir su presencia.
Es la única explicación que resuelve el temporal de largas lluvias que inundan mi pueblo.