¿Qué no escuchas el ladrido de los perros?
Sus aullidos lastimeros taladrando los oídos,
y el ulular de lechuzas que se pierden tras los cerros.
Entre el velo de la noche, la luna inquieta se ha ido.
Temerosa, se refugia;
desdibuja su silueta contra el monte.
Medianoche, nadie advierte
que detrás de los peñascos va la sombra de un jinete.
El sarape desgarrado; y el caballo
ya no puede, se detiene, cae al suelo.
Tibia grana se abre paso entre el camino.
Con su mano había intentado
taponar profunda herida
que le hiciera aquel cuchillo.
Medianoche. A lo lejos, en el pueblo
aún hay luz en una casa de la orilla.
En su mano, la muchacha el rosario aprieta fuerte.
Es muy joven con la tez dulce y sencilla;
con el llanto abriendo paso en sus pupilas
aún espera a que él regrese.
Sigue el rezo en la capilla;
las campanas lloran sordas a lo lejos.
Medianoche, no regresa.
En el pecho la muchacha siente un vuelco.
La lechuza se ha callado y los perros ya no ladran
El silencio se desliza con su hálito desierto
Las campanas también callan.
A lo lejos, junto al monte, el jinete yace muerto…