Con manos de acero la espada pusiste,
que gloria pediste frente al invasor.
Con llamas furtivas dejaste en cenizas
las lenguas hechizas con timbre de amor.
Tus labios candentes dijeron con gracia:
«¡quizá democracia no pueden hallar,
y así les apuesto la muerte o la vida,
la guerra perdida que no han de olvidar!».
«Yo soy Rafaela, la patria preñada,
la hazaña y la espada con norte de paz;
y sé que mi lucha se queda crujiente,
que a toda la gente la vuelve capaz».
Supiste con eco tumbar el castillo
dejando al caudillo con ruin emoción.
De pronto en la calle te aclaman «¡Herrera!,
la digna bandera de aquel batallón».
Samuel Dixon