Viejo consumido,
esclavo de sus vicios.
Su ansiedad es un castigo,
y sus penas, un suplicio.
Anda por la calle
sin rumbo aparente,
tan solo esperando
que lo escuche la gente.
Con cansancio comenta
no merecer esta lección,
olvidándose siempre
de su libre elección.
Se mira al espejo
y comienza a sollozar,
pero es demasiado tarde:
el tiempo no ha de regresar.