Ludwing Van Beethoven
me presta esta tarde la violina
para montar a lomos
de mi C-Max
y dejar que me trague la montaña.
Vosotros intrépidos guerreros
portadores de bastas culturas
milenarias,
vosotros conquistadores de tierras
más allá del horizonte,
vosotros no habéis tenido
la dicha de penetrar en
las fauces luminosas
del dragón
y sentiros transportados
por la máquina del tiempo.
Allí dentro se respira
la ausencia del bajo cero
o de la penitente lluvia
que pone a prueba los sentidos
y va fraguando las vértebras.
Al término del recorrido
hay muchas nubes que se adhieren
a la montura de mis gafas,
hasta que el brillo
de la pizarra
me hace gritar ¡Ahí está Vielha!
Y dejándome llevar
por una procesión
de gatos
me veo sumido al instante
en otra procesión de rotondas,
que me llevan al rumor
del agua sobre
la piedra,
el necesario descanso
de mis doloridos tímpanos.