¡Excelso y gran maestro!; que diste a poesía
de Pan su flauta augusta; su acorde y su armonía
que suena con voz celestial;
Tus trovas son fragancias de místicas gencianas,
que riegan su perfume las cálidas mañanas
que traen el aura triunfal.
Tu pluma tan grandiosa de Píndaro es herencia,
en ella se reúne de amor la efervescencia
que brilla lo mismo que el sol;
y nace en tus poemas los trinos de canario,
con ritmo de ilusiones que sirven de breviario,
y son de pasión el crisol.
Sembraste la simiente de luz y de ternura,
con bellos madrigales que portan aura pura
vestida de terso organdí;
dejando de tu numen la esclarecida esencia
de antífona celeste, que abriga florescencia
del blanco y precioso alhelí.
Tus versos son jazmines, violetas y claveles;
y son con su tersura magníficos doseles
tejidos en suave oropel;
y dejan en el alma romanzas celestiales,
que llevan los sublimes tañidos de zorzales
que brindan arpegios de miel.
En cada letra tuya se encuentra lo divino;
lo hermoso y lo perfecto, lo sacro y cristalino
que tiene de fe su color;
y tejes con tu ensueño lo excelso y lo glorioso
que esparce con sus rimas lo bello y majestuoso
que emana un poema de amor.
Hesíodo y Lucrecio, Teócrito y Lucano,
contemplan con asombro, tu origen parnasiano
¡con lustre que baña tu faz!;
y miran inspirados cascadas luminosas
que fluyen de tu lira con notas melodiosas
que portan un halo de paz.
Tus mágicos cantares vistieron con las lumbres,
que tienen esos sueños que viajan por las cumbres
bordados de anhelo viril;
y tiernos ofrecieron los vinos de Citeres,
que envuelven las pasiones de angélicos placeres
que ofrece Afrodita febril.
Autor: Aníbal Rodríguez.