Escribir el silencio de una tarde de otoño,
acunar la sonrisa de un niño entre los brazos,
buscar en las mañanas la brisa de levante,
perder quizás por siempre un amor encumbrado
y levantarse al tiempo, mirando al sol naciente
cuando las musas vuelven inquietas a la mente…
¡Tantas cosas, poeta, puedes hacer al tiempo
que tu labor de orfebre resulta inquebrantable!
La música del verso que escucho en mis adentros
me guía por caminos tan tenues como ciertos,
caminos de poetas que antaño fueron cómplices
de musas huidizas, como ahora lo soy yo,
y aunque entre nieblas blancas quisiera solaparme,
reclaman mis palabras los hechos cotidianos,
las miradas ardientes de aquella que me inspira,
la sonrisa de un niño, inocente en la tarde,
el aire de la vida que rezuma en mis venas,
el fatum de un destino sin principio ni fin…