Nadie explica nada.
Un simple mapa es una luciérnaga
que avisa de una geografía imposible.
El viejo se pierde, el joven duda,
la confusión se generaliza; las mentiras
aproximadas, el racimo de bombas,
el hambre hace estragos con un bonito
columpio a sus espaldas. Yacen
rocíos estériles a las puertas de las montañas:
almendras, frutos banales, secas enmiendas
a una totalidad que se hace dura, extraña.
Y yo pierdo un ojo, el iris parpadeante,
los coches se avecinan, con su tremendo
asco de gasolina.
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