Allí quiero ir; allí quiero estar,
resplandeciente, renovado,
cual llama insaciable,
que abrasa y consume,
concluyendo en la plácida ceniza,
que dormita en el tiempo,
sin la duda del carbón que un día fue,
o la luz que se apagó,
dejando la imagen de su resplandor,
tiritando en el viento,
como barca que navega placida,
entre el silencio y el ruido,
de la noche insondable y un mar abierto,
que ruge y gime bajo el azul de lo eterno.
Allí quiero ir, allí quiero estar,
en el tiempo del mediodía,
que alimenta la esperanza,
de mi ojo insolente,
que te busca,
como verdad sin duda alguna,
o ilusión de medianoche,
sin temor a lo oscuro,
dormida en lo profundo del abandono,
en la ilusión de los sueños,
que ambicionan el gozo,
y la eternidad de tus besos.
Allí quiero ir, allí quiero estar,
como un hombre sin duda,
en la profundidad de tu mundo,
confiado del sufrimiento,
que me enseño de donde procedo,
que abrió mis arterias, sin dejarme heridas,
cauterizando dolores para procrear esperanzas,
cuando tus ojos de niña descubrieron el alba,
junto al vetusto lecho
que ha desnudado tu vientre.