¡Paloma, hermana de la caridad!
¿Vendrás a vivirme a este mi exilio
en que me pierdo, en que me uniformo
y me despido de mis visitas?
Cierro los ojos y la verdad está allí, contigo,
en la roca circular,
donde tus pequeños pies dan sus grandes
pasos dentro de mí.
He aprendido ahora, como se desahucian
los destinos dulces
detrás de los diciembres que remolcan
sus ausencias,
como uno se queda soldado a la tristeza
y sus múltiples veranos de melancolía;
¿Vendrás ahora que se duplica mi sombra
para completar mis sueños?
A la ventana, que ha quedado abierta,
asoma el áspero insomnio con su yedra gris
de aire meditabundo,
que se cuela y arrastra sombras desnudas,
crecidas del ayer.
¿Ya ves? -Amor, dulzura de mi todo-
Subes por mi silencio,
por encima de mi platónico beso
para ahogar a esta tristeza en el mar callado
donde hebra Dios su mirada azul.
¿Sabes? -Amor que me sonríes siempre-
¡Tú lo sabes, por eso vienes!
Este silencio en que me arrimo
tiene sed de mis ojos muertos,
y es maná de pena
que inunda todos mis desiertos.