Ella en su senda pasa ligera,
ríe con ternura, se sonroja al mirar.
¡Qué bella mujer!, diría quien la viera.
En su nombre el carmín, el otoño y el mar.
Yo, por mi parte, quisiera que aquella
tan esbelta y campante, tan segura y capaz
dejase, a su paso, de tristeza una huella
de nostalgia un atisbo, de inquietud vago haz.
Ella, siguiendo su curso, me pasa de frente.
Yo, que la tuve, no me atrevo ni a hablar.
Me mira. La miro. Está indiferente.
¿Será que me extraña? Ya no, ¡Nunca más!