Cuando callen las rosas
y las lilas desmayen en las horas desiertas,
y las piedras preciosas
sean refugio callado de crisálidas muertas.
Cuando se haya calmado el llanto de las piedras
y en el mar las sirenas
le regalen su voz a los peces dorados
mientras que, enamorados,
galopen caballitos de mar en las arenas.
Cuando, en el eclipse,
el sol ya no despeine las trenzas de la luna
y las cigüeñas guarden
en su nidal sus faustos abanicos de pluma.
Cuando, tras los cristales,
se empañen las libélulas de jade y amatista
y dancen frente a mi vista
un cálido raudal de notas musicales.
Cuando, junto al camino,
la piel del pergamino en que escribió la dicha
despierte estremecida,
porque le trajo el viento tu lejana caricia.
Cuando no haya facetas
ni brillo en lo diamantes del filo de tu risa,
cuando no haya poetas
que vean en los amantes un hálito de vida.
Te juro que ese día,
ese día, sin dudarlo,
del amor que te guardo, verás la despedida…