Sentado en un banco de plaza estoy.
Te espero con ansiedad.
Llegas, nos damos un beso.
Un sacerdote amigo
ha fallecido.
Tristeza hemos sentido
por su muerte.
Ya su alma ha de estar
junto a la del Señor.
Ante esta situación,
prefiero el silencio.
Amor... entrégame
tu mano.
Sostengámonos mutuamente...
Siento inmenso placer
tu mano apretada a la mía.
Me haces sentir
que tengo parte
del mundo
junto a mí...
El mundo bueno,
el mundo sano.
Un mundo que reconforta
mi espíritu triste,
el cual no siempre
se siente así,
porque teniéndote a ti
en mi interior
haces que me sienta feliz.
Siempre busco la felicidad,
y en ti la encuentro.
Si alguna vez me dejases,
he de morir un poco.
¡Qué increíble es el amor!...
El contacto de la piel
de tu mano, sólo eso,
hoy me hace sentir
una inmensa paz interior,
a pesar de mi dolor.
Ante la muerte
de los seres queridos,
me apeno, me entristece...
¡Pero cuánto vales
tú en mi existir!...
¿Te pasa a ti
lo mismo que a mí?...
Te doy gracias
entonces, amor.
Cierra los ojos, ciérralos...
También yo cierro los míos...
¿ Qué sientes?
¿Te das cuenta?
Lo mismo que yo...
¡Alegría de estar
junto a mí,
y la mía...
al sentir tu mano
unida a la mía!
Eso quiere decir
que ambos sentimos
lo mismo el uno
hacia el otro.
¡Qué maravilloso es amar así!...
No me sueltes la mano,
abramos los ojos...
mirémonos...¡qué hermosa eres!...
Apoya tu otra mano
sobre mi corazón...
¿sientes su latir?...
¡Late por ti, por amarte como te amo!...
Derechos reservados del autor (Hugo Emilio Ocanto - 30/11/2013)